Los piercings son una forma de modificación corporal, consistente en la perforación de una parte del cuerpo, para la inserción de elementos de joyería o aretes. A pesar de que su realización es reflejo de valores tanto culturales como religiosos, de moda, erotismo o identificación con alguna subcultura, representan un potencial riesgo para la salud bucodental cuando se realizan en la zona de los labios, lengua o mejillas.
Las complicaciones pueden surgir desde el mismo momento en que se realizan. Frecuentemente provocan dolor e inflamación, que puede incluso afectar a los ganglios más próximos y prolongarse de tres a cinco semanas.
Otro problema grave problema es la falta de control sobre los materiales usados y su esterilización, que conlleva un alto riesgo de infección, que se ve intensificado por la dificultad para la correcta higiene de las zonas de colocación de los piercings.
Los piercings labiales y linguales provocan dificultades fonéticas, pueden provocar hemorragias importantes, por la alta vascularización de estas zonas, así como rotura de los dientes cercanos.
Es frecuente que los piercings linguales provoquen alteraciones del sentido del gusto o de movilidad de la lengua. Los labiales, además son proclives a engancharse y por tanto, a ser arrancados en gestos tan cotidianos como quitarse un jersey o camiseta.
A todo esto debemos añadir que los piercings en estas zonas suelen provocar una retracción de las encías, lo que provoca que las raíces de los dientes queden más expuestas, y por tanto se produzca desde sensibilidad dental y movilidad de piezas dentales, hasta pérdida de dientes.
En conclusión, podemos decir que es totalmente desaconsejable la práctica de piercings en la zona bucodental por los altos riesgos para la salud que comportan.